Existe un comportamiento usual en algunos de los seres vivos más despiertos de la fauna. Gatos, reptiles e incluso algunos seres humanos se dejan llevar en ocasiones de forma inquisitoria por un comportamiento casual o continuado; un fenómeno llamado Curiosidad.
Ligado a los conceptos de investigación y aprendizaje, la curiosidad es un aspecto emocional que pretende descubrir el qué, dónde, cómo, cuándo y porqué de un sinfín de cosas, acontecimientos, acciones...; una interactuación con el entorno que estimula a su protagonista a la búsqueda de una respuesta. De hecho, gracias a ella se justifica el "leitmotiv" de hombres de ciencias y exploradores de todos los continentes a lo largo y ancho de la historia de la humanidad.
¿Pero qué ocurre cuando esa curiosidad va encaminada a la búsqueda de otras satisfacciones totalmente cuestionables?.
El morbo hace su aparición.
Puede que algunos de vosotros recordéis la historia del otrora ingenierio de telecomunicaciones estadounidense Nicholas Berg. Berg, afincado toda su vida en la periferia de Philadelphia decidió un día cualquiera sustituir en 2003 los fríos inviernos de su Pennsylvania natal por la calurosa Irak en plena guerra. En mayo de 2004 fue secuestrado por un escuadrón terrorista fundamentalista y tras una declaración abierta hacia el mundo occidental de éstos mediante un comunicado en árabe fue decapitado ante la imperturbable lente de una cámara de video, testiga directa de lo acontecido. Pocas horas después de tan macabro episodio, el video dió la vuelta al Globo y podía ser descargado en decenas de sitios web que se jactaban de poseer unas imagenes a las que cualquier internauta podía acceder, en ocasiones con el previo mensaje cliché de "puede dañar su sensibilidad como espectador".
Os haré una pregunta abierta. ¿Por qué querer ver esa grabación?. ¿Curiosidad mórbida?.
El caso de Berg es el paradigma para cuestionar éste tipo de materias. ¿Será que la sangre a borbotones tiene una especial esencia cautivadora para algunos?. ¿Quizá la tensión cautivadora de saber que un episodio macabro está esperándonos en los próximos veinte segundos de grabación?.
Hay quien podría encontrar el porqué en un comportamiento catártico del ser humano en descubrir. Sin embargo ante la existencia de las consabidas "snuff movies" esa teoría se viene abajo. El disfrute por el asesinato y la violación filmadas en un rollo de cinta supera cualquier coherencia y sentido lógico. El gusto por lo macabro es el gusto por la pura locura.
Aristóteles escribió en su obra Poética acerca del morbo que en ocasiones los seres humanos "gozamos el contemplar de las imágenes más exactas de las cosas que vistas nos es dolorosa". Será quizá cierto que en ocasiones el ver las realidades desde la comodidad de un sofá en el calor del hogar o desde el asiento de conductor de un vehículo al pasar cerca de un accidente de tráfico debe de aportar un halo de tranquilidad; una cálida manta que reconforta al ver el dolor como algo ajeno y sin ningún grado de afectación salvo en ocasiones para la conciencia: ¿aquella irónica aguafiestas...?.
P.D.: un pequeño homenaje a todos aquellos que sueñan con artículos en blogs que sólo permanecen en su mente.
Ligado a los conceptos de investigación y aprendizaje, la curiosidad es un aspecto emocional que pretende descubrir el qué, dónde, cómo, cuándo y porqué de un sinfín de cosas, acontecimientos, acciones...; una interactuación con el entorno que estimula a su protagonista a la búsqueda de una respuesta. De hecho, gracias a ella se justifica el "leitmotiv" de hombres de ciencias y exploradores de todos los continentes a lo largo y ancho de la historia de la humanidad.
¿Pero qué ocurre cuando esa curiosidad va encaminada a la búsqueda de otras satisfacciones totalmente cuestionables?.
El morbo hace su aparición.
Puede que algunos de vosotros recordéis la historia del otrora ingenierio de telecomunicaciones estadounidense Nicholas Berg. Berg, afincado toda su vida en la periferia de Philadelphia decidió un día cualquiera sustituir en 2003 los fríos inviernos de su Pennsylvania natal por la calurosa Irak en plena guerra. En mayo de 2004 fue secuestrado por un escuadrón terrorista fundamentalista y tras una declaración abierta hacia el mundo occidental de éstos mediante un comunicado en árabe fue decapitado ante la imperturbable lente de una cámara de video, testiga directa de lo acontecido. Pocas horas después de tan macabro episodio, el video dió la vuelta al Globo y podía ser descargado en decenas de sitios web que se jactaban de poseer unas imagenes a las que cualquier internauta podía acceder, en ocasiones con el previo mensaje cliché de "puede dañar su sensibilidad como espectador".
Os haré una pregunta abierta. ¿Por qué querer ver esa grabación?. ¿Curiosidad mórbida?.
El caso de Berg es el paradigma para cuestionar éste tipo de materias. ¿Será que la sangre a borbotones tiene una especial esencia cautivadora para algunos?. ¿Quizá la tensión cautivadora de saber que un episodio macabro está esperándonos en los próximos veinte segundos de grabación?.
Hay quien podría encontrar el porqué en un comportamiento catártico del ser humano en descubrir. Sin embargo ante la existencia de las consabidas "snuff movies" esa teoría se viene abajo. El disfrute por el asesinato y la violación filmadas en un rollo de cinta supera cualquier coherencia y sentido lógico. El gusto por lo macabro es el gusto por la pura locura.
Aristóteles escribió en su obra Poética acerca del morbo que en ocasiones los seres humanos "gozamos el contemplar de las imágenes más exactas de las cosas que vistas nos es dolorosa". Será quizá cierto que en ocasiones el ver las realidades desde la comodidad de un sofá en el calor del hogar o desde el asiento de conductor de un vehículo al pasar cerca de un accidente de tráfico debe de aportar un halo de tranquilidad; una cálida manta que reconforta al ver el dolor como algo ajeno y sin ningún grado de afectación salvo en ocasiones para la conciencia: ¿aquella irónica aguafiestas...?.
P.D.: un pequeño homenaje a todos aquellos que sueñan con artículos en blogs que sólo permanecen en su mente.
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