Madrugada de domingo... No tengo sueño... Decido salir a pasear...
En el exterior la lluvia no arrecia como las pasadas noches en la ciudad condal. Un frío y cortante viento hace su acto de presencia y despierta un vaho en mi aliento; la inequívoca muestra visual de la lucha del ser interior caliente al chocar con una atmósfera gélida. Camino y camino sin rumbo fijo, pero algo me conduce a uno de los barrios con más encantos de la capital catalana: el Gótico. Y como el hijo pródigo de la consabida parábola bíblica, llego al seno capitular.
Adoquines y farolas de luz débil son mis confidentes. Por unos instantes soy el protagonista de un monólogo de pasos firmes en unas rúas por momentos empedradas, por momentos débilmente asfaltadas. La era de los carruajes ha pasado a mejor vida aunque, sin embargo, el tiempo parece detenerse en un enclave como éste.
Llego a una pequeña plaza, presidida por una pequeña iglesia que se remonta a los siglos previos al Renacimiento florentino; aquella época en la que la ciudad de la Toscana italiana rivalizaba con otras ciudades estado por autonomasia como las dueñas y señoras del Mediterráneo. Pero mi atención se centra en un pequeño y abandonado pozo, uno de los pocos de más de una docena que quedan aún en nuestra particular "polis". Unida a ella hay una pequeña fuente que emite un curioso gorgoteo; el agua bulle en su interior, creando un pequeño alborozo que en forma de pequeño chorro bate el fondo de la bandeja ya oxidada.
Refresco mi garganta y abandono el lugar, sin antes desviar mi mirada hacia las fachadas de la iglesia ya comentada. Éstas se encuentran profanadas por un sinfín de agujeros de impacto de bala como consecuencia de múltiples fusilamientos que en el lugar se produjeron; la Guerra de Sucesión, la Guerra de la Independencia, la Guerra Civil... Todos estos conflictos decidieron manchar con sangre un lugar ciertamente algo bucólico, dotándole de un aire de romanticismo melancólico; una atmósfera de pena y dolor conservados en un enclave limítrofe a la ruta turística de la antigua urbe romana de Barcino y que desconcierta y asombra por igual.
Vuelvo sobre mis pasos y conforme me alejo del lugar mis pensamientos vuelven a hacer aparición; soy consciente de que durante esa corta estadía en esa pequeña plazoleta mis adentros quedaron cauterizados. Mi protagonismo vuelve a escena tras haber sido ostracido y con ello de nuevo soy poseedor de mis divagaciones nocturnas.
Camino, camino...
Manta, almohada... Ideas conceptuales vienen a mi mente, clamando quizá ya a un sueño inminente. Mañana es lunes y la semana de nuevo comienza.
En el exterior la lluvia no arrecia como las pasadas noches en la ciudad condal. Un frío y cortante viento hace su acto de presencia y despierta un vaho en mi aliento; la inequívoca muestra visual de la lucha del ser interior caliente al chocar con una atmósfera gélida. Camino y camino sin rumbo fijo, pero algo me conduce a uno de los barrios con más encantos de la capital catalana: el Gótico. Y como el hijo pródigo de la consabida parábola bíblica, llego al seno capitular.
Adoquines y farolas de luz débil son mis confidentes. Por unos instantes soy el protagonista de un monólogo de pasos firmes en unas rúas por momentos empedradas, por momentos débilmente asfaltadas. La era de los carruajes ha pasado a mejor vida aunque, sin embargo, el tiempo parece detenerse en un enclave como éste.
Llego a una pequeña plaza, presidida por una pequeña iglesia que se remonta a los siglos previos al Renacimiento florentino; aquella época en la que la ciudad de la Toscana italiana rivalizaba con otras ciudades estado por autonomasia como las dueñas y señoras del Mediterráneo. Pero mi atención se centra en un pequeño y abandonado pozo, uno de los pocos de más de una docena que quedan aún en nuestra particular "polis". Unida a ella hay una pequeña fuente que emite un curioso gorgoteo; el agua bulle en su interior, creando un pequeño alborozo que en forma de pequeño chorro bate el fondo de la bandeja ya oxidada.
Refresco mi garganta y abandono el lugar, sin antes desviar mi mirada hacia las fachadas de la iglesia ya comentada. Éstas se encuentran profanadas por un sinfín de agujeros de impacto de bala como consecuencia de múltiples fusilamientos que en el lugar se produjeron; la Guerra de Sucesión, la Guerra de la Independencia, la Guerra Civil... Todos estos conflictos decidieron manchar con sangre un lugar ciertamente algo bucólico, dotándole de un aire de romanticismo melancólico; una atmósfera de pena y dolor conservados en un enclave limítrofe a la ruta turística de la antigua urbe romana de Barcino y que desconcierta y asombra por igual.
Vuelvo sobre mis pasos y conforme me alejo del lugar mis pensamientos vuelven a hacer aparición; soy consciente de que durante esa corta estadía en esa pequeña plazoleta mis adentros quedaron cauterizados. Mi protagonismo vuelve a escena tras haber sido ostracido y con ello de nuevo soy poseedor de mis divagaciones nocturnas.
Camino, camino...
Manta, almohada... Ideas conceptuales vienen a mi mente, clamando quizá ya a un sueño inminente. Mañana es lunes y la semana de nuevo comienza.
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