domingo, 15 de julio de 2007

La maldición de los recursos naturales


Existe una realidad que el devenir de los tiempos parece no saber regular. Esa realidad no es otra que la de que la mera existencia de recursos naturales en determinadas regiones del planeta no supone en muchísimos casos un desarrollo de las mismas, sino más bien un estancamiento que imposibilita un correcto paso adelante de millones de personas a una vida mejor.

Estadísticamente se ha comprobado que ese índice que conocemos como nivel de vida ha sufrido un descenso alarmante en aquellos países fundadores de la OPEP, organismo con sede en Viena cuyo objetivo último es la búsqueda de un reparto equitativo en cada estado de las ganancias económicas generadas por dichos países miembros gracias a la venta del petróleo.

Podemos observar en la actualidad como aquellos países que gozan de grandes riquezas naturales padecen sin embargo toda una serie de males endémicos que se traducen en un bajo crecimiento económico, una educación o salud pública francamente deficientes o unos níveles de corrupción alarmantes.

Un caso destacable es el de Venezuela, un país bendecido con grandes reservas de crudo, pero que sin embargo ha sufrido en sus propias carnes la inexistencia de ese reparto equitativo al que hacía referencia con anterioridad, consiguiendo con ello un gran descontento social que se traduce en el malestar que podemos observar en las calles de las principales ciudades venezolanas. El escenario es el mismo en Paraguay si sustituimos el petróleo por la energia eléctrica renovable, o en naciones del oeste de África por los diamantes.

La maldición de los hidrocarburos disfruta de un gran abanico de explicaciones en los que o bien tiene protagonismo la orquesta mundial, mediante la valoración excesiva de la moneda, o bien los países productores con sus políticas deficientes en cuanto a reformas fiscales y monetarias que garantizasen un correcto desarrollo progresivo de los mismos, sin olvidar el olvido de los mismos en querer consolidarse como estados de derecho.

La solución pasa por una progresiva transparencia en la actuación de los gobiernos de los estados y un libre acceso a las fuentes de información. Y por supuesto una correcta distribución de la riqueza, pero no en forma de grandes obras públicas innecesarias (los archiconocidos "elefantes blancos"), sino traduciéndose en hospitales o colegios que garanticen un día de mañana para millones de personas.

Los pueblos necesitan de la liberalización de la economía para que éstos prosperen.

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