Un caso destacable es el de Venezuela, un país bendecido con grandes reservas de crudo, pero que sin embargo ha sufrido en sus propias carnes la inexistencia de ese reparto equitativo al que hacía referencia con anterioridad, consiguiendo con ello un gran descontento social que se traduce en el malestar que podemos observar en las calles de las principales ciudades venezolanas. El escenario es el mismo en Paraguay si sustituimos el petróleo por la energia eléctrica renovable, o en naciones del oeste de África por los diamantes.
La maldición de los hidrocarburos disfruta de un gran abanico de explicaciones en los que o bien tiene protagonismo la orquesta mundial, mediante la valoración excesiva de la moneda, o bien los países productores con sus políticas deficientes en cuanto a reformas fiscales y monetarias que garantizasen un correcto desarrollo progresivo de los mismos, sin olvidar el olvido de los mismos en querer consolidarse como estados de derecho.
La solución pasa por una progresiva transparencia en la actuación de los gobiernos de los estados y un libre acceso a las fuentes de información. Y por supuesto una correcta distribución de la riqueza, pero no en forma de grandes obras públicas innecesarias (los archiconocidos "elefantes blancos"), sino traduciéndose en hospitales o colegios que garanticen un día de mañana para millones de personas.
Los pueblos necesitan de la liberalización de la economía para que éstos prosperen.
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