
Un equipo de expertos de la policía londinense se desplazó al continente asiático a fin de poder esclarecer una de las mayores incógnitas de los últimos tiempos. Bhutto había sido amenazada de muerte en numerosas ocasiones, y la virulencia de los ataques contra ella se habían acentuado en el último tercio de 2007.
En una carta publicada tras su muerte, la ex-política anunciaba que estaba convencida de que la ola de terror que bañaba su existencia estaba siendo promovida entre muchos otros por el actual presidente de la nación pakistaní Pervez Musharraf, al que culpaba de la autoría de un eventual atentado contra su vida si este finalmente llegase.
Una gran polémica se desató, erigiéndose rápidamente nuestra protagonista como un bastión a los ojos de occidente contra el fundamentalismo islámico. Su posible asesinato prácticamente la situó en la categoría de mártir por los derechos civiles de millones de personas.
Muchos claroscuros hay en la historia. No se practicó autopsia alguna, conforme a la profunda tradición musulmana; dicho extremo impidió un análisis médico de las causas del fallecimiento. Diversas hipótesis sobre la autoría: fundamentalistas islámicos, terroristas incitados por el Gobierno, e incluso Occidente.
Conclusiones que agradarán a unos, y que proporcionarán una mayor intranquilidad a otros.
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